Por cuestiones del trabajo de mi marido, mi familia y yo nos
mudamos a un pequeño pueblo que se halla en Orizaba, Veracruz. Parecía ser una
estancia agradable; sin imaginar lo que me esperaba...
Junto a mi casa se hallaba una casa sucia, de mal aspecto.
Moscas y basura rodeaba la maloliente vivienda.
¡No te acerques ahí, es peligroso! me advirtió una mujer,
vecina mía, en esa casa habita Héctor, es un nahual.
¿Qué es eso? pregunté con escepticismo.
Un nahual, es un hombre que tiene poderes maléficos para
convertirse en animales; me explicó y así hacer el mal a quien quiera.
Me retiré del lugar aún escéptica, puesto que yo no creía en
esas cosas. Sin embargo, al girar de nuevo a la casa, una oscura y amenazadora
figura me observaba a través de una de las ventanas.
Jamás imaginé que encontraría el terror encarnado en ese
hombre.
Mi esposo tuvo que salir fuera por una semana, por lo tanto
me quedaría sola con mi hija. De repente, un sentimiento de angustia invadió mi
ser, sentía que no volvería a ver de nuevo a Roberto.
Un día que llevaba a mi hija al kindergardent; al regresar
hacía mi casa, en el transcurso del camino me encontré con el desdichado
sujeto: Héctor. Su apariencia era aterradora, era un jorobado con las ropas
raídas y sucias. De su boca chueca y rugosa caía espesa baba. Sus ojos
denotaban un profundo odio. Cuando finalmente reaccioné corrí a toda pastilla,
tratar de alejarme de su inmunda presencia. No obstante, él me perseguía cojeando
pero a un así era veloz. A mis espaldas escuchaba sus jadeos, se oían demasiado
cerca de mis oídos. Finalmente llegué a la seguridad de mi hogar. En cuanto
entré, corrí todos los pestillos. Un poco fatigada por la huida, observé
detenidamente por una de las ventanas. Héctor trataba de entrar a la casa;
encaramado sobre la verja, trataba de derribarla, asomaba el rostro entre los
barrotes. No gritaba profería alaridos demenciales.
Desde entonces, mi temor hacia él crecía día a día. No
quería salir a la calle, y si salía indagaba con la mirada, vigilando cada
calle. Sentía volverme loca, más por las noches, me dejaba llevar por la
imaginación y creía ver a Héctor irrumpiendo en mi casa.
"Ya te amolaste", exclamó una vecina mujer que le
gusta, mujer que se la lleva.
Llamé a las autoridades, me dijeron que vendrían empero
nunca lo hicieron.
Una noche me armé de valor y salía a comprar algo a la
tienda. Volví a las calles envueltas en penumbras. Al intentar regresar a mi
casa, de nueva cuenta me lo encontré. Dejé caer las cosas y volví a correr.
Escuchaba sus estrepitosos jadeos cada vez más cerca de mi. De repente, sentí
una dolorosa punzada en mi pierna izquierda, no me detuve y continué corriendo
aunque cargará con ese dolor. Divisé a lo lejos la parroquia del pueblo. Al
entrar, me di cuenta que ahí Héctor no podía entrar y optó por marcharse, pero
estaba segura que él volvería.
Observé detenidamente mi pierna, un hilillo de sangre
escurría sobre mi pierna, al parecer Héctor me había arañado.
El cura acudió en mi auxilio, le expliqué sollozando con
desesperación la terrible situación que vivía, por suerte el cura no me tildo
de loca.
No te preocupes hija, me tranquilizaba mientras me limpiaba
la sangre de la pierna todos nosotros ya estamos cansados por el miedo que nos
hacia infundir ese individuo, por eso optamos por el silencio. Sin embargo, nos
reunimos unos cuantos por que tenemos un plan, pero necesitamos de tu ayuda.
Lo que sea padre, pero ayúdeme repliqué.
El plan consistía en que volviera a las gélidas y oscuras
calles, tenía que hacer que Héctor me persiguiera, pero esta vez lo llevaría
hacía un círculo de sal que hicieron los habitantes en frente de la parroquia.
En ese círculo, Héctor quedaría atrapado y lo matarían con una bala que
mandaron a bendecir.
Decidida, regresé a las calles. Llamé a gritos a Héctor con
más coraje que con miedo. Nuevamente hizo su aparición. Corrí con la esperanza
de que todo esto terminara de una vez.
No obstante, al llegar ante el círculo, Héctor lo descubrió
e intentó alejarse. Un grupo de personas lo acorralaron. Ante nuestra atónita
mirada, Héctor se transformó en un enorme asno de escaso pelambre y ojos rojos.
L a bestia se levantaba de sus patas traseras tratando de defenderse y bramaba
ensordecedoramente. La gente acometió en contra de la criatura hecha un
energúmeno. Por medio de palazos lograron derribarlo, éste cayó en medio del
círculo. Los ojos del ser se pusieron en blanco y se convulsionaba
violentamente. Finalmente sacaron el arma con la bala bendita y sin piedad le
dispararon matándolo instantáneamente. Héctor se transformó en un burdo amasijo
maloliente. Cerré los ojos y suspiré profundamente al ver que la pesadilla
había culminado.
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