22 abr 2014

El Nahual





Por cuestiones del trabajo de mi marido, mi familia y yo nos mudamos a un pequeño pueblo que se halla en Orizaba, Veracruz. Parecía ser una estancia agradable; sin imaginar lo que me esperaba...
Junto a mi casa se hallaba una casa sucia, de mal aspecto. Moscas y basura rodeaba la maloliente vivienda.
¡No te acerques ahí, es peligroso! me advirtió una mujer, vecina mía, en esa casa habita Héctor, es un nahual.
¿Qué es eso? pregunté con escepticismo.
Un nahual, es un hombre que tiene poderes maléficos para convertirse en animales; me explicó y así hacer el mal a quien quiera.
Me retiré del lugar aún escéptica, puesto que yo no creía en esas cosas. Sin embargo, al girar de nuevo a la casa, una oscura y amenazadora figura me observaba a través de una de las ventanas.
Jamás imaginé que encontraría el terror encarnado en ese hombre.
Mi esposo tuvo que salir fuera por una semana, por lo tanto me quedaría sola con mi hija. De repente, un sentimiento de angustia invadió mi ser, sentía que no volvería a ver de nuevo a Roberto.
Un día que llevaba a mi hija al kindergardent; al regresar hacía mi casa, en el transcurso del camino me encontré con el desdichado sujeto: Héctor. Su apariencia era aterradora, era un jorobado con las ropas raídas y sucias. De su boca chueca y rugosa caía espesa baba. Sus ojos denotaban un profundo odio. Cuando finalmente reaccioné corrí a toda pastilla, tratar de alejarme de su inmunda presencia. No obstante, él me perseguía cojeando pero a un así era veloz. A mis espaldas escuchaba sus jadeos, se oían demasiado cerca de mis oídos. Finalmente llegué a la seguridad de mi hogar. En cuanto entré, corrí todos los pestillos. Un poco fatigada por la huida, observé detenidamente por una de las ventanas. Héctor trataba de entrar a la casa; encaramado sobre la verja, trataba de derribarla, asomaba el rostro entre los barrotes. No gritaba profería alaridos demenciales.
Desde entonces, mi temor hacia él crecía día a día. No quería salir a la calle, y si salía indagaba con la mirada, vigilando cada calle. Sentía volverme loca, más por las noches, me dejaba llevar por la imaginación y creía ver a Héctor irrumpiendo en mi casa.
"Ya te amolaste", exclamó una vecina mujer que le gusta, mujer que se la lleva.
Llamé a las autoridades, me dijeron que vendrían empero nunca lo hicieron.
Una noche me armé de valor y salía a comprar algo a la tienda. Volví a las calles envueltas en penumbras. Al intentar regresar a mi casa, de nueva cuenta me lo encontré. Dejé caer las cosas y volví a correr. Escuchaba sus estrepitosos jadeos cada vez más cerca de mi. De repente, sentí una dolorosa punzada en mi pierna izquierda, no me detuve y continué corriendo aunque cargará con ese dolor. Divisé a lo lejos la parroquia del pueblo. Al entrar, me di cuenta que ahí Héctor no podía entrar y optó por marcharse, pero estaba segura que él volvería.
Observé detenidamente mi pierna, un hilillo de sangre escurría sobre mi pierna, al parecer Héctor me había arañado.
El cura acudió en mi auxilio, le expliqué sollozando con desesperación la terrible situación que vivía, por suerte el cura no me tildo de loca.
No te preocupes hija, me tranquilizaba mientras me limpiaba la sangre de la pierna todos nosotros ya estamos cansados por el miedo que nos hacia infundir ese individuo, por eso optamos por el silencio. Sin embargo, nos reunimos unos cuantos por que tenemos un plan, pero necesitamos de tu ayuda.
Lo que sea padre, pero ayúdeme repliqué.
El plan consistía en que volviera a las gélidas y oscuras calles, tenía que hacer que Héctor me persiguiera, pero esta vez lo llevaría hacía un círculo de sal que hicieron los habitantes en frente de la parroquia. En ese círculo, Héctor quedaría atrapado y lo matarían con una bala que mandaron a bendecir.
Decidida, regresé a las calles. Llamé a gritos a Héctor con más coraje que con miedo. Nuevamente hizo su aparición. Corrí con la esperanza de que todo esto terminara de una vez.
No obstante, al llegar ante el círculo, Héctor lo descubrió e intentó alejarse. Un grupo de personas lo acorralaron. Ante nuestra atónita mirada, Héctor se transformó en un enorme asno de escaso pelambre y ojos rojos. L a bestia se levantaba de sus patas traseras tratando de defenderse y bramaba ensordecedoramente. La gente acometió en contra de la criatura hecha un energúmeno. Por medio de palazos lograron derribarlo, éste cayó en medio del círculo. Los ojos del ser se pusieron en blanco y se convulsionaba violentamente. Finalmente sacaron el arma con la bala bendita y sin piedad le dispararon matándolo instantáneamente. Héctor se transformó en un burdo amasijo maloliente. Cerré los ojos y suspiré profundamente al ver que la pesadilla había culminado.

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